Amores Peludos

Amores Peludos
Uno de mis amores peludos

14 noviembre 2010

MAX

Yo tenía doce años, mi hermano uno. En la casa sólo estaba el Sam (nuestro pastor alemán) que era mi consentido.
Mi madrastra llegó un día a casa con algo inesperado entre las manos… Era una bolita blanca peluda, una cosa que no lograba definir, un peludísimo peluche que… parecía moverse y tener vida!
“Max”  era el nombre de aquel peludo visitante, tenía un año y había llegado con nosotros para quedarse. El perteneció a otra familia, pero sucedió lo que pasa con muchos cachorros. Al inicio los atienden y les parecen graciosos, pero con el paso del tiempo el amor se agota y la paciencia con ella.  Pobre Max no lo querían en su mismo hogar!
Lo rescatable, es que ese día la vida y la fortuna le cambió a aquel pequeño e indefenso colochito porque encontró en mi familia un verdadero hogar que le amara. 
Nunca había tenido a un French Poodle Toy y me parecía un tanto ridículo el tamaño tan portátil, pero con el paso del tiempo  nos fuimos acostumbrando a todas sus diminutencias, y centímetro por centímetro, Max se fue apoderando de nuestro corazón. Comía poquito, no hacía ruido alguno y le encantaba pasar las horas cerca de cualquier miembro de la familia.
Era chistoso ver juntas a las dos mascotas de la casa, Sam con su gran tamaño e imponencia y Maximiliano, como hasta la fecha le llama mi papá, tan pequeñito de todo. Verlos jugar siempre fue gracioso, porque el terrible Sam, con su terrible velocidad y su terrible tamaño era  muy cuidadoso de no dañar a su enanito compañero. Y así entre juegos y dormir todas las noches en mi cuarto fueron pasando sus cinco primeros años en casa.  Debo admitir que el nuevo peluche y yo nos entendimos muy bien y a donde iba yo, el iba también…
Mi hermanita nació unos cuantos años después de la llegada de Max a la casa y, al igual que mi hermano, con el paso del tiempo se fue enamorando de Max al punto de convertirlo en un amigo peludo.
Han pasado los años, y Max sigue en casa de mi papá, allí ha vivido otros cinco años sin mí, peor en compañía de mis hermanos. Ahora a sus once años es ya una senil bolita de algodón. No tiene colmillos, se le han caído otro par de dientes, sus colochos ya no brillan como antes y su actitud es terca y necia, como buen ancianito.
Dicen que el máximo de edad de un perro son doce años, lo sé bien, porque Sam y Pelusa nos abandonaron luego de cumplir sus doce, Max tiene once y fracción, me da tristeza pensar que la naturaleza haga su trabajo. Lo que me tranquiliza es que Maximiliano ha vivido diez años maravillosos en casa, ha tenido muchos hijitos, ha estado tranquilo y ha recibido todo el amor que le hemos podido dar  ¿Acaso no es eso Felicidad?, me gusta pensar que si, que ha sido total y completamente feliz.
Aunque ahora le cuesta reconocerme, Max sigue y seguirá siendo un amor peludo que marcó mi vida, por todos aquellos momentos que pasamos juntos, todas aquellas carreras corridas con él, todos los momentos en los que lo peinaba y lo acariciaba, y por todas las historias que me escuchó e incluso parecía entender.

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