Erase que se era una perrita, sin nombre, que vivía en las calles de una lejana urbe.
Erase que se era una familia amorosa que la adoptó y la nombró “Maya”.
Erase que se era, que como buena callejera, se enamoró de un perro callejero…
Maya pasaba las tardes completas pegada al portón, sintiendo los olores que emanaban de la calle que parecía extrañar, por primera vez, desde que había sido adoptada. Así fue como un día, un vecino callejero se cruzó frente al portón y surgió el amor. No fue amor a primera vista, porque nunca se vieron, fue amor a primera olfateada.
Pasaron los días y la familia tenía un visitante frecuente en las afueras de su casa. Pasaron y pasaron, hasta que llegó la oportunidad de consumar el callejero amor. Cuando alguien entraba a casa, un pequeño vano se iluminó para Maya y sin pensarlo, se escapó con las pulgas de su amor.
La dueña correteaba, ella suspiraba, la dueña maldecía, ella se enamoraba, la dueña tras su perrita corría y ésta a su vez, con el pulgoso amor se escapaba…
Luego de una corrida maratónica, tres tropiezos, risas de vecinos, gritos y de enviarle un maleficio al príncipe pulgoso… la dueña de aquella, antes perrita callejera, se cansó y quedó atrás. Limitándose a ver cómo, al compas de una silenciosa melodía canina, su perrita se escapaba con aquel perro, mezcla de gremlin con pejelagarto y perro.
Costó recobrarla, costó correr tras de ella, costó tirarle aguacatazos al príncipe pulguiento y costó regresar con la doncella enamorada del príncipe gandul.
Pasaron los meses y el perrito ha desaparecido de la cuadra… no quiero pensar, que el maleficio verdaderamente funcionó. Que un aguacatazo lo lesionó, No quiero pensar que un rayo al vagabundo electrocutó. Lo cierto es que ahora la Princesa Maya, tiene 6 cachorritos, que Gracias a Dios no son una mezcla de pejelagarto con perro con zopilote.
Ahora me río de la aventura y abrazo a los cachorritos, pero…
¡¡¡¡¿¿¿qué voy a hacer con los 6 hijitos de callejeros!!!???