Amores Peludos

Amores Peludos
Uno de mis amores peludos

14 noviembre 2010

UNA NUEVA ETAPA DE AMOR

Con mi amor verdadero, mi novio, vinieron muchas sorpresas bellas y momentos increíbles, mi vida tomó un giro hermoso y con todos los cambios hermosos, aparecieron seres hermosos y entre ellos nuevos amores peludos.

Hace casi un año que vivo con mi compañero de vida, es un hombre maravilloso que tiene costumbres y cualidades maravillosas, una de ellas es el amor a los animales, denominador común que hemos compartido durante cada uno de los días de amor y felicidad que llevamos juntos.
Al inicio éramos sólo él y yo, pero no tardamos en hacernos y llenarnos de amores peludos que le dieran un toque especial a nuestras vidas…  Escribo este post en especial, porque desde que estoy y comparto con él mi vida cambió y comparto el amor a la naturaleza, la vida y los animales con él, en la etapa más bella de mi vida.

INTENTANDO TENER UN AMOR PELUDO

Durante toda mi vida, he tenido mascotas en casa, así que cuando comencé a vivir sola, sentía que me hacía falta un amor peludo para compartir los momentos ociosos de mi nuevo estilo de vida.
Aunque estoy en contra de las “Mills” o fábricas de perros manejadas por humanos inconscientes, compré una perrita en una veterinaria, pensando que la salvaría de estar enjaulada todo el tiempo. Así es que ahorré algo y un día, sin elegir tanto regresé a mi apartamento con compañía.
Regresé con una lobita, como dijeron mis vecinos. Conseguí una Alaskan Malamute de dos meses, una pequeña cachorrita que me enamoró. Cuando llegó a casa yo no sabía nada de los cuidados especiales de la raza, poco a poco me fui enterando y los fui descubriendo junto con “Maya” como la nombré.
Con esta perrita me encariñé terriblemente, al punto de conseguir permiso para llevarla al trabajo todos los días… aunque suene a locura o a mentira es totalmente cierto, no hubo un solo día que no estuviéramos juntas. Día a día caminábamos dos kilómetros, uno para llegar al trabajo y otro de vuelta a casa, así lograba mantener la energía de una Malamut bajo control.
La tuve conmigo unos cuantos meses, cuatro nada más, resulta ser que siempre hay personas de mal corazón, (de esas que sobran) y una de esas me la robó. Un día un ser mal intencionado entró a mi casa y se la llevó. Lloré mucho, la extrañé más. Me dejaron sin compañía y sin mi amor peludo. Lo que más me ponía mal era pensar que, con toda seguridad, ella me extrañaba y que sus nuevos dueños no la consintieran como yo. Fue un capítulo muy triste.
No pude y no quise volver a tener una mascota durante mucho tiempo.

ROSITA Y MOFY

Yo quería una novia para Max, y un amigo de la universidad tenía una french poodle toy también, así que “los cruzamos”, y tuvieron una camada de 5 graciosos peluches. Yo me quedé con una, que les resultó fascinar a mis hermanos y se resultó quedando en casa. Mi hermanita le llamó: “Rosita Fresita”, nombre que hasta ahora conserva.
Rosita estaba llena de sorpresas. Sinceramente creí que iba a ser como Max, tranquila y silenciosa, pero resultó ser un demonio disfrazado de peluda oveja. Rosita está un poquito loca. Corre por todos lados, no respeta las flores, entierra su comida dentro de las macetas y cuando la quiere de vuelta tira tierra por todos lados. Costó mucho enseñarle que no debía orinar dentro y tampoco hacer del dos debajo de los sillones!
Es especial, es llena de energía y amor. Siempre la vi como un poco tonta y vive su vida siendo felizmente bobita.
Rosita ha tenido 36 cachorros a lo largo de sus seis o siete años de vida… ¿qué puedo decir? Max no la deja tranquila. De la primera camada que tuvo, nos enamoramos del más pequeñín de los peluches recién nacidos. Era más pequeñito que sus hermanos, se veía como el más indefenso y el más tierno, tanto que nos fue imposible dejarlo ir…  se quedó en casa de mi papá.
Yo le nombré: “Pushito” porque era un pushito, una pequeñez, una diminutencia, un poquito de perro. No era perro era un Pushito de perro. Sin embargo, poco le duró el nombre. Mi hermana le llamó luego “Mofy” y hasta la fecha es Mofy como le llaman.
A mofy lo conocí poco tiempo, porque él se quedó en casa de mi papá y yo salí de allí. Yo todavía lo vi como un tierno cachorro. Sin embargo, según mi hermano “el Mofy está loco” y según mi hermana: “El Mofy es raro”… resulta que el tierno animalito se convirtió en un terremoto, en un loco animal, que es mal criado, que es hasta insoportable algunas veces.
Pero aún insoportable, es un amor peludo para mis hermanos  y lo quieren muchísimo… aún loco es un integrante amado de la familia.
Es gracioso ir a casa de mi papá porque cuando llegas te reciben tres chistosas criaturas colochas y diminutas. Tres bolitas de algodón blanco, Max, Rosita y Mofy. Los tres diferentes y los tres amados y consentidos.

MAX

Yo tenía doce años, mi hermano uno. En la casa sólo estaba el Sam (nuestro pastor alemán) que era mi consentido.
Mi madrastra llegó un día a casa con algo inesperado entre las manos… Era una bolita blanca peluda, una cosa que no lograba definir, un peludísimo peluche que… parecía moverse y tener vida!
“Max”  era el nombre de aquel peludo visitante, tenía un año y había llegado con nosotros para quedarse. El perteneció a otra familia, pero sucedió lo que pasa con muchos cachorros. Al inicio los atienden y les parecen graciosos, pero con el paso del tiempo el amor se agota y la paciencia con ella.  Pobre Max no lo querían en su mismo hogar!
Lo rescatable, es que ese día la vida y la fortuna le cambió a aquel pequeño e indefenso colochito porque encontró en mi familia un verdadero hogar que le amara. 
Nunca había tenido a un French Poodle Toy y me parecía un tanto ridículo el tamaño tan portátil, pero con el paso del tiempo  nos fuimos acostumbrando a todas sus diminutencias, y centímetro por centímetro, Max se fue apoderando de nuestro corazón. Comía poquito, no hacía ruido alguno y le encantaba pasar las horas cerca de cualquier miembro de la familia.
Era chistoso ver juntas a las dos mascotas de la casa, Sam con su gran tamaño e imponencia y Maximiliano, como hasta la fecha le llama mi papá, tan pequeñito de todo. Verlos jugar siempre fue gracioso, porque el terrible Sam, con su terrible velocidad y su terrible tamaño era  muy cuidadoso de no dañar a su enanito compañero. Y así entre juegos y dormir todas las noches en mi cuarto fueron pasando sus cinco primeros años en casa.  Debo admitir que el nuevo peluche y yo nos entendimos muy bien y a donde iba yo, el iba también…
Mi hermanita nació unos cuantos años después de la llegada de Max a la casa y, al igual que mi hermano, con el paso del tiempo se fue enamorando de Max al punto de convertirlo en un amigo peludo.
Han pasado los años, y Max sigue en casa de mi papá, allí ha vivido otros cinco años sin mí, peor en compañía de mis hermanos. Ahora a sus once años es ya una senil bolita de algodón. No tiene colmillos, se le han caído otro par de dientes, sus colochos ya no brillan como antes y su actitud es terca y necia, como buen ancianito.
Dicen que el máximo de edad de un perro son doce años, lo sé bien, porque Sam y Pelusa nos abandonaron luego de cumplir sus doce, Max tiene once y fracción, me da tristeza pensar que la naturaleza haga su trabajo. Lo que me tranquiliza es que Maximiliano ha vivido diez años maravillosos en casa, ha tenido muchos hijitos, ha estado tranquilo y ha recibido todo el amor que le hemos podido dar  ¿Acaso no es eso Felicidad?, me gusta pensar que si, que ha sido total y completamente feliz.
Aunque ahora le cuesta reconocerme, Max sigue y seguirá siendo un amor peludo que marcó mi vida, por todos aquellos momentos que pasamos juntos, todas aquellas carreras corridas con él, todos los momentos en los que lo peinaba y lo acariciaba, y por todas las historias que me escuchó e incluso parecía entender.