Amores Peludos

Amores Peludos
Uno de mis amores peludos

04 noviembre 2010

SAM

A la “Pelusa” le tocó decir adiós a su hijita “Muñeca”, ya sólo éramos ella y yo… hasta un día que recuerdo increíblemente bien.
Yo tenía 7 años y regresé del colegio, como “buena niña” tenía las manos asquerosas de no-sé-qué y fui al baño, a regañadientes, para limpiarme antes del almuerzo. Cuando entré al baño había alguien esperando por mí...
Era un regordete y tierno cachorro de Pastor Alemán. Mi padre lo consiguió, graciosamente, de una camada que tuvieron los perros de su jefe (que era de nacionalidad alemana).
Inmediatamente y más rápido que decir “Paranguaricutirimicuaro” salí a preguntarle a mi abuelita:    1.- De quién era el cachorro?   2.- Si podía quedármelo   y 3.- A qué hora llegaba, ese día, mi papá para hacerle el mismo cuestionario.
Cuando mi papá me confirmó las sospechas que anidaban en mi corazoncito, fui la niña más feliz de todo el país y lugares circunvecinos. El cachorro era nuestro!! Ese panzudito peluche, con vida era nuestro!
Al inicio mi abuelita no lo quería en casa, cosa que no nos quitó el sueño a mi padre y a mí jejeje, luego el mismo cachorrito hizo el trabajo de enamorarla profundamente. Su nombre fue  SAM, Samuel como le decía mi papá.
Sam era dinamita pura, sólo le veías ir y venir (casi a la velocidad de la luz), me costaba ir a su paso. Orinaba por todos lados, se hacía del dos en el cuarto de mi papá, molestaba uff ¡A ese juguete no se le acababa nunca la batería!
Cierto día, mi abuelita me compró 24 pollitos. Si 24! Los cambió por botellas jajaja!! Y como en casa había habido tienda, le dieron nada más y nada menos que dos docenas de amarillas diminutencias que se limitaban a decir pí pí pí pí. Cuando llegué a casa enloquecí con tanto animalito bello. Mi abuelita les hizo un corral temporal para que pasaran la noche y nos fuimos a dormir todos muy tranquilos… la sorpesa… adivínenla…
Si, efectivamente mi rechoncho “Sam” encontró 24 sabrosos aperitivos en uno de los patios...Hay pobre mi abuelita sufriendo por los pollitos! Yo no digo que no me haya afectado perder a 24 animalitos, sólo que… Sam, para ese entonces, ya era mi mejor amigo y lo tenía que apoyar, además (esto es un secreto, no se lo digan a nadie) prefería a mi “Sam” que a 24 ruidosos pí pí pí.
Mi tío, enamorado de “Sam” decidió comprar uno, un hermanito, así que, de una camada posterior obtuvo a Kaiser. Digamos que se parecía a mi perrito… pero no tanto (El nuestro era más galán) Kaiser tenía orejas de burro, siempre lo he dicho y siempre lo diré!
El caso es que Sam con su hermanito menor (orejitas de burro) fueron un dúo incondicional, jugaban a cualquier hora del día y en cualquier lugar. Los patios de las dos casas contiguas, que eran increíblemente amplios, no les eran suficiente. Sólo corrían, jugaban, corrían y jugaban. Aún los veo jugando al escondite y Tenta entre ellos dos. Grandes recuerdos!
Años después, ya cuando “Sam” era un guapísimo perro adulto, nos mudamos de la casa de mi abuelita (que ha sido la más maravillosa, enorme, e increíble casa de mi niñez) “Sam y Pelusa” dijeron adiós a ese sitio encantado y, junto con el, a Kaiser. Los hermanitos se pusieron muy tristes luego de la separación, pero supieron superarlo.
En la nueva casa, con olor a nuevo, color nuevo, pasto nuevo y flores nuevas, “Sam” también fue feliz y me dio muuuchos años de amistad incondicional. El mayor recuerdo que guardo de mi perro, en este lugar, tiene mucho que ver con dos palos de naranjas… Sucede que mi Sam era adicto a éstas (y a los chicharrones). Dos veces al año, los arbolitos se cargaban con centenares de naranjas dulces, tanto, que no éramos capaces de comérnoslas todas. Las regalábamos a los vecinos, pero, tampoco lográbamos acabar con ellas y su rico sabor. En esas temporadas tomábamos jugo de naranja, naranja con limón, naranja en la ensalada, naranja con pepita y en mil formas más para no desperdiciarlas. Sin embargo, todos los días se caían naranjitas al piso que resultaban una exquisitez para el Sam. El se las comía con cáscara, cuando yo andaba cerca, o cualquiera de la familia, se las pelábamos y se las comía en gajitos. Hasta tres y cuatro naranjitas de vez en cuando… Momentos lindos y recuerdos dulces.
Mi amigo vivió como diez años junto a la familia. Ya siendo viejito adquirió las típicas enfermedades congénitas que nos arrancan de los brazos a nuestros Pastores Alemanes.
“Sam” está enterrado en el patio de la casa de mi papá, bajo un árbol de naranjas dulces, tan dulces, como él.

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